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Las emociones básicas forman parte del ser humano. La naturaleza nos ha dotado de ellas porque tienen una función, como todo en nuestro cuerpo. La evolución ha hecho que permanezcan en nosotros porque son útiles para nuestra supervivencia. ¿Pero de qué estamos hablando? Entendemos que la alegría puede sernos “útil”, a todos nos gusta estar felices, pero ¿cómo puede ser útil el miedo? ¿Cómo puede ser útil la tristeza?
De las seis emociones consideradas básicas (alegría, miedo, tristeza, asco, ira y sorpresa), cuatro son negativas, una positiva y la última intermedia según aquello a lo que precede. Su expresión está determinada biológicamente y dependen de estructuras cerebrales muy primitivas. Nuestros cerebros, antes que procesar pensamientos, procesaron emociones. Su acceso a ellas es mucho más rápido que a cualquier deducción y su misión es perpetuarnos, posibilitando pasar nuestros genes a otra generación o por lo menos contribuyendo a que otros lo hagan de manera exitosa. En último lugar, su misión es salvarnos de la muerte.
Miedo al contagio, miedo a perder el trabajo, miedo a perder a nuestros seres queridos, miedo a sufrir… cada uno de nosotros vive con sus propios miedos y esos miedos afloran cuando nuestras circunstancias habituales, nuestras previsibles vidas se ven amenazadas. El miedo nos detiene, nos paraliza, pero también nos protege antes de realizar cualquier conducta que pueda perjudicarnos.
Se trata de un sesgo cognitivo. Por un lado, no tenemos patrones previos que nos sirvan como modelo para saber cómo actuar en una situación similar. El cerebro es un órgano que constantemente busca predecir conductas futuras para adelantarse a ellas y lo desconocido suele bloquearle. A nuestros cerebros les gusta la estabilidad y nos estresa mucho la incertidumbre, por lo que estamos abocados a sufrir más durante esta época tan incierta. Por otro lado, lo malo tiene un mayor impacto emocional en nosotros. Los sesgos cognitivos son una especie de error generalizado por el que tomamos decisiones rápidas, aunque a menudo equivocadas. Pensar más en lo malo que en lo bueno, puede darnos una falsa sensación de control, sobre todo cuando la incertidumbre es muy alta. Al final necesitamos recuperar el control de nuestras vidas, tal como teníamos antes del confinamiento.
Si en estos días sientes ansiedad, preocupación, intranquilidad, desasosiego, no te preocupes, es normal, es una reacción natural ante un peligro que de momento es bastante desconocido para todos.
Sentirse desbordado durante estos días no te hace más débil, sino más humano.